Han pasado tres años desde aquel soleado 30 de mayo en el que miles de nicaragüenses marchamos; esa es quizás una de las mayores manifestaciones de repudio a un régimen, que registra la historia de Nicaragua.
Días antes anunciamos la “Madre de todas las marchas”, sin sospechar del plan que ya estaba en curso. Como en todas las que se realizaron durante el estallido social de abril de 2018, el ruido era ensordecedor; y la algarabía que imprimían los anhelos de libertad, reinaban en todos los manifestantes.
La marcha tuvo replicas en varias ciudades del país y en las calles que incluía los recorridos no había espacio. En Managua, la cantidad de gente era tal, que se dificultaba avanzar. Fue difícil llegar hasta la Rotonda de Metrocentro; sitio en el que estaba previsto que la actividad concluyera. Cuando las personas que encabezaban la marcha llegaron a ese punto, ya había gente por todos lados. Ahí se levantaron algunas tarimas improvisadas, había música, cantos y personas que, tras concluir el trayecto se preparaban para regresar a sus casas.
El sonido ensordecedor de las vuvuzelas y pitos envolvía el ambiente; y nadie sospechó que muy cerca y en ese mismo momento se cargaban los fusiles que esperaban a los manifestantes. Se había puesto en marcha un plan de ataque armado contra gente inocente que únicamente reclamaba libertad y justicia. Fue el inicio del sangriento e inhumano operativo “vamos con todo”; con el que la dictadura intentó sofocar la Rebelión de Abril.
Masacre en el Día de las Madres
No hubo aviso, ni intento de contener a los manifestantes. Algunos habían levantado una barricada sobre la avenida universitaria, en las cercanías de la Universidad de Ingeniería (UNI). Y entre quienes se acercaron a esta zona, se contaron las víctimas; ya que la orden era disparar a matar.
Es una de sus peores muestras de crueldad, Daniel Ortega escogió el Día de las Madres para cometer tan horrendo y despreciable crimen.
Paramilitares encapuchados, protegidos por agentes de la policía y francotiradores bien entrenados, iniciaron su cacería. Ocho asesinados, la mayoría por disparos en la cabeza y el tórax. Así murieron Daniel Reyes, Jonathan Morazán Meza, Francisco Javier Reyes Zapata y otros manifestantes.
La masacre fue a plena luz del día y frente a medios de comunicación, nacionales y extranjeros. Era más que evidente: la dictadura ya no permitiría más manifestaciones pacíficas.
El operativo se replicó en varios departamentos. Otros manifestantes fueron asesinados en distintas ciudades; hubo muertos en Estelí, Chinandega y Masaya. La orden de asesinar fue a nivel nacional.
Habrá justicia para los asesinados
Ese día la dictadura cruzó una línea de represión; dispararon a la cabeza, cuello y tórax como lo documentó muy bien la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH); y posteriormente el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI). La portada del 31 de mayo del 2018 de El Nuevo Diario era clarísima: “Encapuchados disparaban y a sus espaldas las camionetas de la Policía Nacional”.
Esa, la “Madre de todas las marchas” celebrada el 30 de mayo de 2018, marcó un antes y un después en la historia de la Revolución Cívica. La marea humana que se volcaba en todas las manifestaciones alcanzó su cúspide; y la dictadura decidió no permitir más expresiones de protesta. De ahí en adelante todas las marchas, piquetes y otras acciones de protesta fueron atacadas; y entre la población, los asesinatos generaron miedo de salir a protestar.
Los asesinatos ese día, los de antes y los que se han seguido perpetrando, serán esclarecidos y habrá justicia para ellos y sus familiares. Los autores materiales enfrentarán a la justicia y pagarán por sus crímenes; y quienes dieron las órdenes, también enfrentarán a la justicia. Los dictadores siempre terminan mal y Daniel Ortega, no será la excepción.
Que la sangre inocente nos inspire
Además de garantizar que haya justicia para las víctimas, los opositores estamos obligados a honrar el legado de las víctimas. El recuerdo de estas vidas truncadas violentamente por las balas asesinas de Ortega, debe garantizar que nunca más se imponga otra dictadura en Nicaragua.
En el curso de estos años, me ha tocado conocer y compartir experiencias con familiares de las víctimas. Los he visitado en sus casas, donde generalmente permanece un altar privado dedicado a su hijo caído. Resaltan sus fotos de graduación del colegio, un trofeo o alguna otra cosa que recuerde algún logro obtenido en su corta vida arrebatada.
Que el sacrificio de quienes ofrendaron sus vidas y el eterno sufrimiento de sus madres sean motivo para inspirarnos. Que la sangre inocente que se derramó sirva para que nosotros, los que aún estamos vivos, sigamos luchando con más energía y determinación, para ganar esta batalla que todavía no concluye; pero de la que saldremos triunfantes.
Esta lucha es por la justicia y por la democracia. Que la principal motivación para seguir dando la batalla sea que Nicaragua vuelva a ser República. Para que se convierta en el país en paz, con libertad y oportunidades en el que las madres sueñan ver crecer sus hijos; un país donde nunca más las madres tengan que celebrar su día llorando la muerte, el exilio o la encarcelación de sus hijos; un país donde nunca más un dictador elija el Día de las Madres para masacrar a un pueblo que lucha por su libertad.
Una respuesta a «A tres años de la masacre del Día de las Madres»
Si existiera el mínimo de respeto a la población y aplicación precisa de las leyes, no tuviéramos este dolor, pero estas muertes son la consecuencia de la inmisericordia tanto del COSEP como el MRS; cualquier tonto se dió cuenta a inicios de los años 80, de de la ruta que seguía el comandante Daniel