Durante muchos de los meses que pasé en las celdas del nuevo Chipote, me interrogó constantemente el capitán Jonathan Filemón López, hombre delgado, de unos 35 años, inteligente y meticuloso. Se diferenciaba del resto porque se documentaba antes de cada interrogatorio, era uno de los pocos que desempeñaba su función de investigador, los otros simplemente nos leían las preguntas que les mandaban.
López además de meticuloso también es un fanático, cree que el comandante Daniel y la compañera Rosario son lo mejor que le ha pasado a Nicaragua. Siempre decía que, en tiempo de los liberales, cuando él era niño, tenía que llevar el pupitre a la escuela, y que ahora la escuela de sus dos hijos está equipada y bien pintada.
A través de su hablar pausado y sin exaltarse, el capitán mostraba un profundo resentimiento contra los presos políticos que desafiamos el poder a su jefe supremo. Yo me refería a Ortega como lo que es, un cruel y déspota dictador, responsable de tantos asesinatos y sobre todo un experto en el engaño y la mentira.
En diciembre de 2021, cuando se oficializó la ruptura de relaciones diplomáticas con Taiwán, el capitán me dijo con mucho orgullo que uno de los hijos de Ortega había firmado con Beijin un convenio que incluía, entre otros temas, la construcción de puertos, telecomunicaciones, comercio, educación, viviendas y asistencia tecnológica. Con voz de júbilo me aseguró que Nicaragua ya no dependería de los Estados Unidos en comercio e inversión. Solo le contesté que el tiempo confirmaría que los chinos no dan nada significativo, que seguramente financiarían la construcción de algunas viviendas y algún otro proyecto, y le aconsejé que no se creyera ese cuento chino. Me sonrió desafiante y me dijo que el interrogatorio había terminado.
Desde ese día no volví a ver al capitán López hasta el día que empezó la farsa de juicio que nos hicieron. Fue ahí donde conocí su nombre, cuando López se identificó cómo oficioso testigo contra nosotros ante el Juez Félix Salmerón. Él también testificó en el caso contra Pedro Joaquín Chamorro, donde admitió que tumbó a patadas la puerta de la casa del primo. El testigo de esos juicios fue muy diferente al pausado Capitán que conocí en los interrogatorios. En su faceta de testigo lo dominaba el fanatismo provocado por las mentiras de Ortega, porque eso es Ortega, un maestro de la mentira. Un maestro que tima a sus seguidores haciéndoles creer que él es lo mejor que le ha pasado a Nicaragua. Les vende ilusiones y cuando estas no se materializan culpa del fracaso al imperio norteamericano y al europeo. Con esta estrategia Ortega nunca pierde, porque cuando no cumple lo que promete, como ocurre en la mayoría de los casos, le achaca la culpa a alguien más. Así, el canal interoceánico, el satélite y la refinería entre otros proyectos, no se concretaron por la intromisión del imperio yanqui contra sus planes. El incompetente Ortega se muestra ante sus seguidores como víctima de un mundo que conspira contra él.
Volviendo a China, creo que el gigante asiático ha ninguneado a Ortega de una manera humillante. Las promesas de un acuerdo comercial y las grandes inversiones han quedado en papel y muy probablemente no se concreten. Ya pasó el tiempo de las grandes inversiones chinas en América Latina, inversiones que además ni empleo generaban. Bukele agarró la colita, con unas cuantas carreteras para El Salvador; Costa Rica se hizo de un estadio de fútbol, por cierto, muy bonito, y Panamá agarró un poco de financiamiento para una ampliación del metro y el cuarto puente sobre el Canal.
Nicaragua no concretará ninguno de esos mega proyectos de los que me hablaba el capitán López. Primero porque después del desastre de las inversiones en Suramérica, especialmente en Venezuela, China ya no financia grandes proyectos. Segundo, Nicaragua no ofrece rendimientos atractivos a las inversiones chinas. Al ser un país pequeño no promete ganancias económicas significativas. Y más importante que eso, Nicaragua no representa una opción estable a corto ni mediano plazo porque los chinos saben que a Ortega se le está acabando su tiempo.
Los chinos no son tontos y saben que no hay continuidad en el proyecto dinástico de Ortega. Conocen de la impopularidad del dictador a lo interno y de los enormes desafíos que tiene para sostenerse. Por eso prefieren claramente a Cuba. Al norte de la isla están reforzando el entrenamiento de militares cubanos; además, reactivarán una base de espionaje abandonada hace varios años por los soviéticos.
Es evidente que están ninguneando a Ortega y que él se tendrá que conformar con unos cuantos buses chinos que recorrerán las calles de Managua, y que en poco tiempo irán a parar a la huesera por fata de repuestos. Para Ortega esos buses bastan, porque la gente los verá y dirá que los chinos están mandando un montón de dinero, cuando en realidad lo están ninguneando.
También construirán algunas viviendas, muy necesarias en un país donde miles de familias albergan el sueño de la casa propia. Pero estas desde ya están reservadas para los militantes fieles como el capitán López, que con esa dádiva reforzará su creencia de que el comandante Daniel y la compañera Rosario son lo mejor que le ha pasado a Nicaragua.
El problema es que este reducido apoyo chino no impulsará las grandes transformaciones que necesita Nicaragua, entre ellas la transformación productiva que modernice la economía, genere los empleos de calidad que la gente necesita y forje la riqueza sobre la cual se funde un país próspero. Desgraciadamente China y Ortega son ingredientes de una receta que evitará que ese cambio se materialice y con el tiempo lo único que quedará de esa relación será otro ambicioso cuento chino que se sumará a la lista de los que ya escribió el dictador.
Una respuesta a «Cuentos chinos y aquellos que se los creen»
Me encanto su articulo Juan Sebastian. Nicaragua necesita hoy mas que nunca hijos que la quieran y luchen por su desarrollo. El futuro de Nicaragua esta con soporte de vida. Gracias por donar oxígeno a nuestra pobre patria que esta siendo asfixiada y matada lentamente por el fanatismo y sistema dictatorial.