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Ni los obispos se escaparon de la represión de Ortega

La entrada de una comitiva de la Iglesia católica a Masaya — el 21 de junio de 2018 — en medio de la “operación limpieza” que realizaba la dictadura, fue un momento memorable. En todo el trayecto hubo gente con banderas azul y blanco pidiendo apoyo. Al entrar a la ciudad las imágenes eran impresionantes. Gente llorando, otros de rodillas sobre las calles adoquinadas, y muchos más mostrando imágenes de la Virgen y Crucifijos. Después de semanas de violencia y terrorismo de Estado, la población lucía desesperada.

Llegamos a la parroquia La Asunción, estaba abarrotada de feligreses. En cuestión de minutos, se organizó una procesión con el Santísimo, presidida por el cardenal Leopoldo Brenes. Durante el recorrido la gente se volcó a las calles y al concluir en la iglesia San Sebastián, no cabía un alma en la placita del barrio Monimbó.

Al terminar la ceremonia religiosa, los miembros de la Alianza Cívica que acompañábamos a la delegación, dimos una improvisada conferencia de prensa. Antes de concluir nos informaron que estaban incendiando una planta industrial en las afueras de la ciudad. Entramos al colegio Salesiano que está junto a la iglesia San Sebastián y seguimos a los obispos, que habían iniciado un recorrido en el barrio Monimbó.

Luego nos enteramos que lo del incendio había sido una falsa alarma y que ante la presencia de los obispos los paramilitares se habían replegado. Aunque dejaron muerte y destrucción a su paso, ese día los obispos salvaron muchas vidas.

Querían evitar ataque paramilitar

Casi tres semanas después, en la mañana del 9 de julio nos informaron de una nueva misión de los obispos. El plan era visitar Diriamba y Jinotepe, para evitar un ataque paramilitar que se estaba orquestando. Motivados por la experiencia de Masaya, la nueva caravana era más numerosa.

Nos movilizamos sin novedad hasta las Cuatro Esquinas, donde el día anterior habían capturado a unos muchachos y los habían golpeado. Ahí había una gran cantidad de policías y gente con banderas del Frente Sandinista gritando violentamente. Ese fue el primer signo alarma. Anunciaba que viviríamos algo diferente a lo de Masaya.

Los piquetes de sandinistas se extendieron hasta la entrada a Diriamba, eso me provocó cierta aprehensión. Al entrar a la ciudad y recorrer las primeras cuadras confirmamos que no éramos bienvenidos. Detrás de las ventanas de algunas casas observé algunos rostros asustados. Y cerca de la gasolinera donde había muerto un joven el día anterior, dos tipos de apariencia militar levantaron la mano haciéndonos la guatusa. Doblamos un par de cuadras antes de la Torre del Reloj, ahí empezamos a ver a hombres vestidos de camisas negras y armados con fusiles AK. Eran muchos, no decenas, sino centenares. Habíamos entrado a territorio paramilitar.

Llegamos a la basílica de San Sebastián, había mucha gente aglomerada y muy agitada. Por un momento pensé que finalmente habíamos encontrado gente que nos esperaba, pero me equivoque. Las recriminaciones e insultos, especialmente contra monseñor Silvio Báez, no se hicieron esperar. El cardenal Brenes lucía sereno y trataba de apaciguar los ánimos. Nos movimos del atrio a la sacristía de la basílica. Para ese momento había más gente y cada vez más agitada y violenta.

Golpeaban a todos

Entramos a la basílica, donde después de forcejeos ingresó también un grupo de seis paramilitares de camisa negra y encapuchados. A su paso por la sacristía golpearon al obispo Báez, a monseñor Miguel Mántica, al padre Edwin Román y a todo el que se les puso enfrente. En el altar, agarraron a dos mujeres que atendían a unos heridos en un improvisado hospital y se las llevaron.

Luego se dirigieron hacia el grupo donde estábamos nosotros. Los cuatro miembros de la Alianza Cívica que acompañamos la delegación: Harley Morales, Douglas Casto, Sandra Ramos y yo. Conversábamos con un grupo de mujeres sandinistas que aseguraban que en la torre de la basílica se escondían armas.

Los paramilitares nos ignoraron, se dirigieron hacia un periodista que sostenía una cámara. Uno de ellos se abalanzó contra él y se la arrebató. La estrelló contra el piso, haciéndola volar en pedazos que rodaron por todo el templo. Nos quedamos viendo, esperando que después se viniera contra nosotros. Pero mientras recogía los pedazos de la cámara para volver a lanzarlos contra el piso, otro de los encapuchados, seguramente el líder, con pistola en mano, hizo un gritó militar y haciendo señas con el brazo levantado, les ordenó que se fueran. Para nuestro alivio, automáticamente todos obedecieron la orden y en cuestión de segundos abandonaron el templo.

Nos dirigimos a la sacristía donde encontramos un escenario caótico. Jackson Orozco, periodista de 100% Noticias, tenía heridas en la cabeza, su camisa originalmente blanca y todo su cuerpo estaban bañados de sangre. Había otra cámara de televisión destruida. Monseñor Mántica tenía arañazos en la cara y Báez heridas en el brazo y su cadena obispal rota.

Fue un secuestro

Frente a la iglesia, la turba había crecido considerablemente y estaba más enardecida. A todas luces, la visita en apoyo al pueblo se había convertido en una situación de secuestro. Los raptados éramos nosotros, incluido el nuncio apostólico Waldemar Sommertag. No podíamos salir de la basílica.

Recurrieron a las llamadas telefónicas para resolver la situación y la dictadura accedió a que saliéramos. Entró un comisionado de la Policía, blanco, bajo, barrigón, de aspecto sucio y con la uñas llenas de tierra. Confundido me preguntó quiénes éramos, le dije que pertenecíamos a la Alianza Cívica. Igual no entendió y continuó revisando la iglesia como buscando algo que no encontraba.

Pusieron el microbús que transportaba a los obispos detrás del templo. Mientras la turba no dejaba de gritar improperios, un grupo de antimotines evitó que se acercaran. Y en medio de una enorme confusión y gritos, los obispos lograron abordar el microbús y nosotros los otros vehículos. Así logramos salir de Diriamba.

Las caras de las personas que nos gritaban han quedado grabadas en mi memoria. Eran ojos desorbitados, gritos fanáticos, insultos de todo tipo. Lo más impresionante fue que la turba repetía las mismas palabras de odio, que días antes había expresado Ortega en contra de los obispos. Ahí viví en carne propia el odio del dictador y comprobé como este se puede incrustar en los corazones de personas manipuladas e ignorantes.

No fue un hecho aislado

Este macabro e intolerable acto violento, de prepotencia, propia de matones, desgraciadamente no fue un hecho aislado. Se ha repetido en muchas ocasiones contra los opositores. Si tuvieron el descaro de hacerlo en Diriamba, a pesar de la cobertura mediática, ¿qué serán capaces de hacer a ciudadanos comunes? Actuando amparados en la oscuridad de la noche y la impunidad que garantiza la amenaza.

Desgraciadamente en Nicaragua durante demasiado tiempo se han vulnerado sistemáticamente los derechos humanos. No hay libertad de expresión ni de reunión. Y contra todos aquellos que no idolatran al régimen persiste la violencia, los asesinatos y la represión por parte de la policía y de grupos paramilitares armados.

Nuestro país atraviesa una grave crisis institucional, política y social. A esta se sumó la de salud provocada por la Covid-19. Pandemia que el gobierno ignoró y ante su inacción y prepotencia, sus consecuencias se incrementan y agravan cada día.

Por todo ello, para abrir un nuevo tiempo de democracia, paz, estabilidad y progreso social, es necesario acabar con la dictadura. Debe ser con métodos pacíficos y democráticos, a través del voto ciudadano en las próximas elecciones. Solamente así se podrán evitar más actos de violencia y abusos contra los nicaragüenses.

La unidad es la clave

La Alianza Cívica sigue trabajando para consolidar la máxima unidad de la oposición. Para que juntos y unidos en torno a un proyecto compartido vayamos a esas elecciones. Que tendrán que ser justas y verificables por la comunidad internacional. Solo ganándolas podremos concretar el cambio. Elegir un gobierno democrático que ofrezca estabilidad, progreso social, justicia, libertad y mejora de los servicios públicos para todos los nicaragüenses, sin exclusiones de ningún tipo.

La mayoría de los nicaragüenses están convencidos de que régimen de Ortega-Murillo no va a sacar al país de la grave crisis institucional y política en que se encuentra. Y las organizaciones sociales y políticas de oposición, tenemos la responsabilidad histórica de exigir y conseguir, con apoyo de la comunidad internacional, una reforma de nuestro sistema electoral que garantice elecciones libres, justas y verificables.

La unidad en contra de la represión y violación de derechos humanos, es masiva y mayoritaria. Ellos se han quedado solos y por ende debemos seguir luchando por la recuperación de esos derechos robados, para que lo vivido en Masaya, Diriamba y Jinotepe en 20118, no vuelva a repetirse nunca más.

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2 respuestas a «Ni los obispos se escaparon de la represión de Ortega»

Es increhible como un par de personas (no se como llamarlos en este foro) es capaz de manipular a una masa de gente, mayormente pagada de una u otra manera, a sueldo.
Pero la dignidad y amor por la patria se sobrepone ante los ataques injustos y mal intencionados de un grupo de gente que no tiene respeto ni por los obispos y menos por los ciudadanos.

Los Nicas en nuestra historia moderna, hemos sido seguidores, y por eso se que lo único que debe primar en nuestro futuro inmediato, es invertir como nación en la educación de nuestros niños. Solo la educación primaria y secundaria obligatoria, de calidad y con derecho a la alimentación en las escuelas, nos sacará del oscurantismo social, y así seremos dueños de nuestras decisiones y no seguir siendo seguidores….

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